Hubo una época en la que veranear en Menorca no era una experiencia de lujo en Instagram, sino una odisea repleta de neveras azules, chanclas de goma y camisetas con la bandera británica. Si fuiste uno de los valientes que aterrizó (o desembarcó) en esta isla balear durante los veranos noventeros, prepárate: este post es un viaje directo a la nostalgia, con parada en bocadillos de sobrasada y partidas de UNO eternas.

Lo primero que uno recuerda de esos veranos es el ritual del ferry. Porque sí, volar era para los ricos o los apurados. Las 8 horas de barco desde Barcelona eran sagradas: entre mochilas, niños llorando y adultos jurando que el año siguiente se quedarían en casa. Al llegar, te recibía el aroma a pino calentado al sol y una sombrilla que no sabías si sobreviviría a la tramontana. Y lo mejor: el coche lleno hasta el techo con cosas que, evidentemente, «no se pueden comprar allí».

Por supuesto, no podía faltar la excursión familiar a la Isla del Lazareto en Menorca. Porque los 90 eran así: un día jugabas con pistolas de agua y al siguiente te llevaban a una antigua cuarentena de epidemias, entre historias de peste y gripe española. Diversión garantizada. Eso sí, al volver, nada como una ensaimada con chocolate para reponerte del trauma histórico.

Veranear en Menorca: más allá de las calas de postal

Ahora que veranear en Menorca se ha puesto de moda otra vez (esta vez con filtros y hashtags), vale la pena recordar qué lo hacía tan especial entonces. No eran solo las playas turquesas, sino las aventuras improvisadas, los helados que sabían a infancia y los picotazos de mosquito que contabas como medallas de guerra.

Menorca en los 90 era como un campamento permanente. Las noches eran de cartas y farolillos, no de Instagram y TikTok. El máximo lujo era encontrar sombra en Cala Macarella antes de las 11. Y en cuanto a excursiones, entre tus favoritos estaban los mercados nocturnos, el faro de Favaritx y las caminatas en chanclas que acababan en agujetas épicas.

A pesar del calor, las duchas frías y los cortes de luz, todo valía la pena. Porque esos veranos no eran perfectos, pero eran tuyos. Y, seamos sinceros, volverías con los ojos cerrados.

Lo que solo los 90 entienden del arte de veranear en Menorca:

  • Las toallas de Snoopy eran moneda oficial de playa. Y si llevabas una del Barça, ganabas respeto inmediato.
  • La guerra de agua no se hacía con globos, sino con botellas recicladas y estrategia militar.
  • Las cintas de cassette con recopilatorios tipo «Disco Estrella» eran lo único que sonaba en el coche. Rewind incluido.
  • Los helados Drácula y Frigopie eran el equivalente menorquín a un cóctel en una tumbona.
  • Las postales escritas a mano eran Instagram con tres semanas de retraso, pero con mucho más cariño.
  • La pulsera de hilo comprada en el mercadillo artesanal era un amuleto obligatorio. Nunca sabías si daba suerte… pero no te la quitabas.
  • Las caminatas eternas a la playa cargando sombrillas, flotadores y bocadillos de atún con huevo. Una auténtica gesta heroica.

Porque sí, veranear en Menorca era otra cosa. Otra época, otro ritmo… y, sin duda, otra liga.